La peli de... Luis Menor

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Després d'un any des que vam inaugurar la nova versió del blog, tot mirant enrere, un se n'adona de que les pelis que els nostres amics i lectors han anat escollint com les "seves" a la secció La peli de... són del tot variades. Hi tenim grans clàssics indiscutibles (com el Padrino II, 2001 o Fanny i Alexander), cinema "infantil" (com Mary Poppins o Cristal Oscuro), pelis "atrevides" (com l'Ardilla Roja del Médem) o de terror que va trasbalsar infàncies (com Poltergeist). Tot i així, ens agrada molt que també hi apareguin pelis menys "serioses" però amb igual valor cinematogràfic i sentimental. Ja vam encetar la secció amb les Blazing Saddles del Mel Brooks, però avui ens arriba el bon amic Luis Menor amb una de les comèdies esbojarrades per excel·lència de la història del cinema. Ens porta a un trio memorable que ha fet riure a generacions amb el seu humor, barreja d'absurd i iconoclasta. Donem la benvinguda als Germans Marx!

Volver a ver Una Noche en la Ópera (Sam Wood, 1935) es como volver a casa después de un largo viaje. Uno siente que vuelve a la infancia. Lo de volver a la infancia no es una manida metáfora, es casi una experiencia literal. Si hay un primer recuerdo que yo tenga viendo una película (eso sí en pantalla de televisión) ése se ubica delante de una película de los Hermanos Marx. Recuerdo como si fuera ayer las sesiones de cine de los sábados por la tarde de mediados de los 80 en “La Primera Cadena” (cuando todavía sólo existían esa y la Segunda Cadena) en donde ponían películas clásicas, entre ellas las de los Hermanos Marx. Podría tratarse de Una Tarde en el Circo, Los Hermanos Marx en el Oeste o Un día en las Carreras, da igual. La cuestión es que todas ellas me despertaban unas carcajadas desencajantes. Es difícil quedarse con una desechando las otras pero hay que reconocer que Una Noche en la Ópera es, tal vez, la más redonda de todas y la que más momentos memorables permanecen en el imaginario colectivo. Quién no recuerda escenas como las de “La parte contratatante de la primera parte” o el propio Camarote de Groucho, escena que ha dado pie, a su vez, al tan recurrente lugar común del “Camarote de los Hermanos Marx” cuando uno habla de lugares estrechos y abarrotados de gente.

Permitidme que me valga, sin que sirva de precedente, del típico tópico del rancio crítico de cine: ¡Esta es una película imprescindible, de esas que han de ser vistas al menos una vez en la vida! Si hay algún alma despistada (perdonad por la condescendencia pero es que, de verdad, que me he metido a fondo en el papel) que todavía no haya visto la película ya podéis poner a trabajar la Mula esta noche en cuanto lleguéis del curro. No os arrepentiréis, os lo aseguro. La trama es sencilla: chica quiere a chico, chico quiere a chica, pero ella es una primera figura de una compañía de ópera italiana y él, un simple corista de la misma compañía. Deberán luchar a brazo partido por su amor ya que el primer tenor de la compañía, un tirano y arrogante Rodolfo Lasparri, bebe los vientos por la chica. A todo esto, una acaudalada viuda, la Señora Claypool (magistralmente interpretada por Margarite Dumont, una habitual en las pelis de los Marx), está intentando estrechar sus lazos con la “alta sociedad” del momento a través del mecenazgo de la citada compañía de ópera para una gira por los EE.UU. Otis B. Driftwood (Groucho Marx), jefe de la Manhatan Opera Company, intenta meter las narices en la operación contratando a Lasparri y así llevarse una jugosa comisión en la famosa escena de las partes contratantes. Pero cuál es su sorpresa cuando descubre que Fiorello (Chico Marx), autoerigido como “representante del mejor tenor del mundo” le ha “endosado” al joven corista y no a Lasparri como pretendía Driftwood. Completa el trío Tomasso (Harpo Marx) quien es asistente del primer tenor y blanco de todas sus iras, desprecios y maltratos. A partir de ahí se inicia una hilarante trama donde la confusión y el malentendido (unas veces buscado por los protagonistas, otras, las más, no) son la tónica general de toda la película.

 Se inicia un viaje, el de la compañía de Milán a Nueva York, donde Fiorello, Tomasso y el joven corista se cuelan de polizones en el barco, donde se suceden todo tipo de escenas caóticas y desternillantes. La más célebre sin duda es la del famoso camarote. Todos esos gags, se han llegado a contabilizar 175 en toda la película, contaron con un sinfín de guionistas que destilaron cada pequeño detalle hasta el paroxismo. Uno de esos guionistas fue el mismísimo Buster Keaton que elaboró los gags de Harpo y colaboraría todavía en dos películas más de los Marx: Un día en las carreras y Los hermanos Marx en el Oeste.

Pero si hay algo que, al margen de hacerme sentir como un crío de nuevo, hace que mi pasión y admiración siga intacta por los Hermanos Marx en general y por esta película en particular es la capacidad de desmitificar los grandes tótems de la sociedad contemporánea: ya sea el capitalista (en este caso la capitalista, representada por el personaje de la Señora Claypool), el empresario tirano (encarnado por el ridículamente estirado Gottlieb), la autoridad competente (el bobo comisario de policía) o el galán de turno (el arrogante Lasparri). Estereotipos que, lejos de pasar de moda, son inmortales. La subversión de todo orden establecido es lo que da sentido a toda la trama teniendo su punto culminante en el gran estreno neoyorkino de la ópera representada, Il Trovatore. Un sabotaje en toda regla que motiva que, al final, triunfen los de “abajo” y se terminen sometiendo a éstos los de “arriba”. No me negaréis que, en los tiempos que corren actualmente, no sería estupendo contar con una cuadrilla como la de los Hermanos Marx que pusiera en solfa todos los desmanes de los poderosos para restablecer la dignidad y justicia de la mayoría de nosotros a la que pisotean a diario a golpe de recortes, prohibiciones y políticas de austeridad.